martes, 19 de noviembre de 2013

Capítulo 2: The fiery heart

Punto de vista de Sydney
Fuente:Bookzinga

Realmente no esperaba que una iniciación secreta a un aquelarre de brujas comience con una fiesta de té.

—¿Quieres pasar los biscochos de soletilla, querida?



Rápidamente agarré el plato de porcelana de la mesa de café y se la entregué a Maude, una de las brujas Senior en el grupo y nuestra anfitriona de la noche. Nos sentamos en un círculo de sillas plegables en su impecable sala de estar, y mi profesora de historia, la señora Terwilliger, estaba a mi lado, comiendo un sándwich de pepino. Yo estaba demasiado nerviosa para decir algo y simplemente bebí mi té mientras las demás charlaban sobre temas ligeros. Maude estaba sirviendo té de hierbas, así que no tenía que preocuparme por romper mi trato de cafeína con Adrian. No es que me hubiera importado tener una excusa si ella hubiera estado sirviendo negro.

Había siete de nosotras reunidas, y aunque ellas permitían cualquier número de candidatas dignas en su grupo, todas parecían especialmente contentas de tener un número primo. Era una suerte, Maude insistió. De vez en cuando, Hopper se quedaría con la cabeza de fuera y luego iría corriendo debajo de los muebles. Dado que las brujas no parpadeaban ni un ojo a los callistanas, lo dejé salir esta noche.

Alguien trajo los pros y los contras de iniciaciones de invierno contra iniciaciones de verano, y me encontré con mi mente divagando. Me preguntaba cómo iban las cosas en casa de Clarence. Había sido responsable de llevar a Jill a su alimentación desde septiembre, y me hacía sentir extraña (y un poco melancólica) estar aquí, mientras que todos ellos estaban reunidos, y pasando un buen rato. Con una punzada de dolor, de repente me di cuenta de que no había hecho los arreglos para la cena. Adrian simplemente había sido el conductor, por lo que no pensé decir nada. ¿Zoe se habría hecho cargo? Probablemente no. Empujé hacia abajo los instintos maternales dentro de mí que se preocupaban de que todos muriéramos de hambre. Seguramente alguien era capaz de conseguir comida.

Pensar en Adrian trajo de vuelta los recuerdos dorados de nuestro tiempo juntos esta tarde. Incluso horas después, todavía podía sentir donde me había besado. Tomé una respiración profunda para ayudarme a conseguir el control, temiendo que mis prontas —a ser— hermanas se dieran cuenta que la magia era la última cosa en mi mente ahora mismo. En realidad, en estos días, parecía que todo excepto estar semidesnuda con Adrian era la última cosa en mi mente. Después de toda una vida de alabanza a mí misma por la estoicamente adhesión de la mente sobre la materia, estaba un poco sorprendida de que alguien tan cerebral como me llevara la actividad física tan rápido como yo. A veces he intentado de racionalizarlo como una natural respuesta animal. Pero en realidad, solo tenía que enfrentar la verdad: Mi novio era increíblemente sexy, vampiro o no, y no podía quitarle las manos de encima.

Entonces me di cuenta de que alguien me había hecho una pregunta. De mala gana, parpadeé a un lado los pensamientos de Adrian desabrochándome la camisa y me puse en sintonía con quien hablaba. Me tomó un momento recordar su nombre. Trina, ese era. Ella estaba a mediados de sus veintes, la persona más joven aquí, aparte de mí.

—¿Perdón? —pregunté.

Ella sonrió.

—Dije, que tú haces algo con los vampiros, ¿cierto?

Oh, hice un montón de cosas con un vampiro en particular, pero obviamente, eso no era lo que quería decir.

—Más o menos —le dije evasivamente.

La Sra. Terwilliger rió.

—Los Alquimistas son muy protectores con sus secretos.

Un par de otras brujas asintieron. Otras simplemente miraban con curiosidad. El mágico mundo de las brujas no se cruzaba con el vampírico. La mayoría de ellos, en ambos lados, ni siquiera sabían sobre el otro. Aprender sobre Morois y Strigois había sido una sorpresa para algunos aquí, es decir, los alquimistas estaban haciendo su trabajo. Desde que me había unido, estas brujas habían encontrado suficientes cosas místicas y sobrenaturales para aceptar que criaturas mágicas bebedoras de sangre caminaban en la tierra y que hay grupos como los alquimistas manteniendo ese conocimiento en secreto.

Las brujas aceptaban libremente lo paranormal. Los alquimistas eran menos abiertos. El grupo me había criado pensaba que los humanos necesitan mantenerse libres de la magia por la santidad de su alma. Una vez había creído eso también, y que las criaturas como vampiros tenían para nada que hacer amistad con nosotros. Eso fue cuando yo también creía que los alquimistas me estaban diciendo la verdad. Ahora sabía que había gente en la organización que le mentía a los humanos y Morois y quienes irían a grandes extremos para proteger sus propios intereses egoístas, sin importar a quien lastimaban. Con mis ojos abiertos a la verdad, ya no podía responder ciegamente a los alquimistas, a pesar de que técnicamente aún trabajaba para ellos. Eso no quería decir que estaba en abierta rebelión contra ellos, tampoco (como mi amigo Marcus), desde que algunos de sus postulados originales aún sostenían el merito.

En realidad, todo eso se reducía a en lo yo estaba trabajando para mí ahora.

—¿Sabes con quien deberías hablar, si ella hablara contigo? Inez. Ella ha tenido todo tipo de encuentros con esas bestias, no solo los vivientes. Los no-muertos. —Esa fue Maude otra vez. Había reconocido el lirio dorado en mí mejilla derecha que me identifica (a los que sabían qué buscar), como un alquimista. Estaba hecho de sangre de vampiro y otros componentes que nos daban algunas de sus habilidades de curación y resistencia, a la vez que nos encanta para detenernos de discutir asuntos sobrenaturales con los que no están al tanto del mundo mágico. O, bueno, mi tatuaje solía hacer eso.

—¿Quién es Inez? —pregunté.

Eso trajo risitas de los otros.

—Probablemente la más grande de nuestra orden… al menos en este lado del país —dijo Maude.

—De este lado del mundo —insistió la Sra. Terwilliger—. Tiene casi noventa años y ha visto y hecho cosas que la mayoría de nosotros no puede imaginar.

—¿Por qué no está aquí? —pregunté.

—No es parte de ningun aquelarre oficial —explicó otra bruja, llamada Alison—. Estoy segura que solía estarlo, pero ha practicado por su parte… Bueno, tanto tiempo como he escuchado de ella. Es difícil para ella venir ahora, y en su mayoría está sola. Vive en esta vieja casa a las afueras de Escondido y apenas sale.

Clarence apareció en mi cabeza.

—Creo que conozco a un tipo con el que se llevaría bien.

—Ella luchó con algunos Strigoi en ese entonces —murmuró Maude—. Probablemente tiene algunos hechizos que encontrarías útiles. Y, oh, las historias que puede contare. Era una guerrera. Recuerdo escucharla hablar de uno que intentó beber su sangre —ella tembló—, pero aparentemente, no pudo hacerlo, y ella fue capaz de eliminarlo.

Mi mano se congeló mientras levantaba mi taza de té.

—¿A qué te refieres con que no pudo hacerlo?

Maude se encogió de hombros .

—No recuerdo los detalles. Quizás tenía algún tipo de hechizo protector.

Sentí mi corazón latir más rápido mientras una memoria antigua y oscura me absorbía. El año pasado, había sido atrapada por un Strigoi que también quería beber mi sangre. Ella no había podido hacerlo, supuestamente porque yo “sabía mal.” La razón para eso era aún una especie de misterio, uno que los Alquimistas y Morois habían dejado disiparse cuando otros asuntos urgentes aparecieron. Pero no había desaparecido para mí. Era algo que constantemente acechaba mi cabeza, la pregunta sin fin de qué pasaba conmigo que la había repelido.

La Sra. Terwilliger, acostumbrada a mis expresiones, me estudió y adivinó algo de lo que estaba pensando.

—Si quieres hablarle, puedo arreglar un encuentro entre las dos. —Sus labios se levantaron en una sonrisa—. Aunque no puedo garantizarte que obtengas algo útil de ella. Es muy… especial con lo que revela.

Maude bufó.

—Esa no es la palabra en la que estoy pensando, pero la tuya es más educada. —Miró un reloj de pared y volvió a bajar su taza—. Bueno, entonces. ¿Comenzamos?

Me olvidé de Inez e incluso de Adrian mientras el miedo se adueñaba de mí. En menos de un año, había viajado leguas lejos de la doctrina de los Alquimistas que había gobernado mi vida. Ya no le daría un segundo pensamiento a estar cerca de los vampiros, pero de vez en cuando, las advertencias de lo arcando regresaban a mí. Debía armarme de valor y recordar que, evitar la magia era un camino que había pasado hace mucho tiempo, y que sólo era diabólica si la usaba para eso. Miembros de Stelle, como se llamaba a si mismo este grupo, juraron no dañar con sus poderes, a menos que fuese en defensa propia o hacia otros.

Llevamos a cabo el ritual en el jardín trasero de Maude, un extenso pedazo de tierra lleno con palmeras y flores invernales. Hacían cerca de 15 grados en el exterior, cálido en comparación con el clima de finales de Enero en otras partes del país, pero era un clima envolvente en Palm Springs… o mejor dicho, un clima de abrigo. La Sra. Terwilliger me había dicho que no importaba lo que usara esta noche, que se me suministraría lo que necesitaba. Y lo que necesitaba terminó siendo un manto compuesto de seis piezas de terciopelo en diferentes colores. Me sentí como un vendedor ambulante en un cuento de hadas mientras la lanzaba sobre mis hombros.

—Este es nuestro regalo para ti —explicó la Sra. Terwilliger—. Cada una se nosotras ha cosido y contribuido con una pieza. La usarás cada vez que tengamos una ceremonia formal. —Los otros lucían mantos similares, compuestos de variados números de parches, dependiendo del número de integrantes del Aquelarre durante sus respectivas iniciaciones.

El cielo estaba marcado y lleno de estrellas, la luna llena brillando como una perla contra su oscuridad. Era el mejor momento para hacer buena magia.

Noté entonces que los árboles en el jardín estaban orientados en círculo. Las brujas formaban otro anillo, frente a un altar de piedra que había sido adornado con inciensos y velas.

Maude tomó posición junto al altar e indicó que debía arrodillarme en el centro, frente a ella. Una briza se levantó a nuestro alrededor y aunque intentaba pensar en un bosque místico y crecido cuando se refería a rituales arcanos, algo se sentía bien con las altas palmeras y el aire fresco.

Me había tomado un tiempo unirme, y la Sra. Terwilliger había tenido que asegurarme cientos de veces que no le estaría jurando lealtad a algún dios primitivo.

—Te estás entregando en juramento a la magia —explicó ella—, a la búsqueda de sus conocimientos y a usarlo para el bien en el mundo. Es la promesa de un erudito, realmente. Pareciera algo con lo que estás acostumbrada.

Lo era. Y así, me arrodillé ante Maude mientras ella llevaba a cabo el ritual. Ella me consagró a los elementos, primero caminando a mi alrededor con una vela para el fuego. Luego roció agua sobre mi frente. Desmenuzó pétalos de violetas en nombre de la tierra, y una corona humeante de incienso convocó el aire. Algunas tradiciones utilizan una hoja para ese elemento, por lo que estaba un poco contenta que ellos no lo hicieran.

Los elementos son el corazón de la magia humana, tal y como eran en la magia vampiro. Pero al igual que los Moroi, no había inclinación al espíritu. Era una magia sólo recientemente redescubierta entre ellos, y que sólo un puñado de Moroi empuñaba. Cuando le pregunté a la Sra. Terwilliger sobre ello, no había tenido una buena respuesta. Su mejor explicación había sido que la magia humana se basaba en el mundo externo, donde los elementos físicos residían. El espíritu, ligado a la esencia de la vida, quemaba dentro de todos nosotros, por lo que ya estaba presente. Al menos esa había sido su mejor conjetura. El espíritu era un misterio para los humanos y usuarios de magia vampiro por igual, sus efectos temidos y desconocidos; razón por la cual era que a menudo yacía insomne ​​en la noche, preocupada por la incapacidad de Adrian a mantenerse alejado del mismo.

Cuando Maude terminó con los elementos, dijo:

—Jura tus votos.

Los votos fueron en italiano, ya que este aquelarre particular tuvo sus orígenes en el mundo romano medieval. La mayor parte de lo que yo juré fue en consonancia con lo que la Sra. Terwilliger había dicho, una promesa de usar la magia con prudencia y apoyar a mis hermanas de aquelarre. Yo los había memorizado hace un tiempo y hablé perfectamente. Cuando lo hice, sentí una energía quemar a través de mí, un zumbido placentero de magia y vida que irradió a nuestro alrededor. Era dulce y estimulante, y me pregunté si así era como se sentía el espíritu. Cuando terminé, levanté la mirada, y el mundo pareció más brillante y claro, lleno de mucha más maravilla y belleza de lo que la gente común podía entender. Creí entonces más que nunca que no había ningún mal en la magia, a menos que lo trajeras sobre ti mismo.

—¿Cuál es tu nombre entre nosotras? —preguntó Maude.

—Iolanthe —dije rápidamente. Significaba “flor púrpura” en griego y había venido a mí después de todas las veces que Adrian me habló de las chispas púrpura en mi aura.

Ella extendió sus manos hacia mí y me ayudó a levantarme.

—Bienvenido, Iolanthe. —Entonces, para mi sorpresa, ella me dio un fuerte abrazo. El resto, rompiendo el círculo ya que el ritual había terminado, también me dio un abrazo cada una, con la Sra. Terwilliger de última. Ella me abrazó por más tiempo que las demás, y más sorprendente que cualquier otra cosa que había visto esa noche, había lágrimas en sus ojos.

—Tú vas a hacer grandes cosas —me dijo con fiereza—. Estoy tan orgullosa de ti, más orgullosa de lo que podría estar de cualquier hija.

—¿Incluso después de que quemé su casa? —pregunté.

Su típica expresión divertida regresó.

—Tal vez por eso.

Me reí, y el estado de ánimo serio se transformó en uno de celebración. Volvimos a la sala, donde Maude intercambió el té por vino con especias, ahora que habíamos terminado con la magia. Yo no lo consentí, pero mi nerviosismo había desaparecido hace mucho tiempo. Me sentía feliz y ligera… y más importante aún, cuando me senté y escuché sus historias, me sentí como si perteneciera a ellas; más de lo que me he sentido con los Alquimistas.

Mi teléfono sonó en mi bolso, justo cuando la Sra. Terwilliger y yo finalmente nos preparábamos para irnos. Era mi madre.

—Lo siento —les dije—. Tengo que tomar esta llamada.

La Sra. Terwilliger, quien había bebido más vino que cualquier otro, me despidió con la mano y se sirvió otra copa. Yo era su aventón, así que no era como si ella tuviera a donde ir. Contesté el teléfono a medida que me retiraba a la cocina, sólo un poco sorprendida de que mi madre llamara. Nos manteníamos en contacto, y ella sabía que la noche era un buen momento para ponerse en contacto conmigo para charlar. Pero cuando habló, hubo una urgencia en su voz que me decía que esta no era una llamada casual.

—¿Sydney? ¿Has hablado con Zoe?

Mis alarmas mentales se activaron.

—No desde esta tarde. ¿Hay algún problema?

Mi madre tomó una respiración profunda.

—Sydney… tu padre y yo nos estamos separando. Vamos a pedir el divorcio.

Por un momento, el mundo giró, y yo me apoyé en el mostrador de la cocina por soporte. Tragué saliva.

—Ya veo.

—Lo siento mucho —dijo—. Sé lo difícil que va a ser para ti.

Pensé en ello.

—No… no exactamente. Quiero decir, supongo… bueno, no puedo decir que me sorprenda.

Una vez ella me había dicho que mi padre había sido más tolerante en su juventud. Fue difícil para mí imaginar, pero obviamente, ella se casó con él por alguna razón. Con los años, mi padre se había vuelto frío e intratable, dedicándose por completo a la causa Alquimista con una devoción que tenía prioridad sobre todas las otras cosas en su vida, incluyendo sus hijas. Se había convertido en alguien duro y resuelto, y desde hace mucho tiempo me había dado cuenta que yo era más una herramienta para el bien común ante sus ojos que su hija.

Mi madre, en cambio, era cálida y divertida, siempre dispuesta a mostrar afecto y a escucharnos cuando necesitábamos de ella. Era siempre sonriente… aunque ella no parecía sonreír mucho en estos días.

—Sé que va a ser emocionalmente difícil para ti y Carly —dijo—. Pero no va a afectar mucho tu vida cotidiana.

Reflexioné su elección de palabras. Carly y yo.

—Pero Zoe…

—Zoe es menor de edad, e incluso si ella está fuera haciendo su trabajo Alquimista, sigue estando legalmente bajo el cuidado de sus padres. O padre. Tu padre tiene la intención de solicitar la custodia total para así poder mantenerla donde está. —Hubo una larga pausa—. Tengo la intención de luchar contra él. Y si gano, voy a traerla de vuelta a vivir conmigo y ver si puede vivir una vida normal.

Me quedé de piedra, incapaz de imaginar el tipo de batalla que estaba proponiendo.

—¿Tiene que ser todo o nada? ¿No pueden compartir la custodia?

—Compartir podría muy bien ser cederla a él. Él va a ejercer el control, y yo no puedo dejar que se quede con ella… mentalmente, quiero decir. Tú eres un adulto. Puedes tomar tus propias elecciones, e incluso si estás establecida en tu curso, eres diferente de ella en la manera de sobrellevarlo. Tú eres tú, pero ella es más…

No terminó la frase, pero yo ya lo sabía. Es más como él.

—Si puedo conseguir la custodia y traerla a casa, voy a enviarla a una escuela regular y tal vez salvar algún tipo de existencia adolescente normal para ella. Si no es demasiado tarde. Probablemente me odias por eso… por apartarla de tu causa.

—No —dije rápidamente—. Yo creo… creo que es una gran idea. —Si no es demasiado tarde.

Pude oírla ahogarse un poco y me pregunté si ella estaba luchando con las lágrimas.

—Vamos a tener que ir a la corte. Nadie va a traer a colación a los Alquimistas, ni siquiera yo, pero va a ser un gran debate de idoneidad y análisis de carácter. Zoe testificará… al igual que tú y Carly.

Y fue entonces cuando supe por qué me dijo que esto sería tan difícil.

—Ustedes van a querer que elijamos a uno de ustedes.

—Quiero que digas la verdad —dijo con firmeza—. No sé lo que tu padre va a querer.

Yo lo sabía. Él querría que calumniara a mi madre, que diga que ella no estaba en condiciones, sólo una ama de casa que arregla autos por un lado y no podría compararse con un académico serio como él, quien siempre ha proveído a Zoe con todo tipo de educación y experiencias culturales. Él querría que lo haga por el bien de los Alquimistas. Él querría que lo hiciera porque él siempre se salía con la suya.

—Yo amo y apoyo cualquier cosa que creas que es correcto. —La valentía en la voz de mi madre me rompió el corazón. Ella iba a tener más complicaciones familiares a las que hacer frente. Las conexiones Alquimistas se extendían a lo largo y ancho. ¿En el sistema legal? Muy posiblemente—. Sólo quiero que estés preparada. Estoy segura de que tu padre va a querer hablar contigo también.

—Sí —dije con gravedad—. Estoy segura de que lo hará. Pero, ¿qué hay de ahora? ¿Estás bien? —Estando lejos de Zoe, tenía que reconocer cuán drásticamente diferente era para mi madre. Tal vez su matrimonio se había vuelto doloroso, pero ellos habían estado juntos durante casi veinticinco años. Dejar algo así era un gran cambio, sin importar las circunstancias.

Pude sentir su sonrisa.

—Estoy bien. Me estoy quedando con un amigo mío. Y me llevé a Cicero conmigo.

Pensar en ella llevándose animadamente a nuestro gato me hizo reír, a pesar de la solemnidad de la conversación.

—Por lo menos tienes compañía.

Ella se echó a reír también, pero había una cualidad frágil en ella.

—Y mi amigo necesita algo de trabajo en su auto, así que todos estamos contentos.

—Bueno, me alegro, pero si hay algo que necesites, lo que sea, dinero o…

—No te preocupes por mí. Sólo cuida de ti… y de Zoe. Eso es lo más importante en estos momentos. —Ella vaciló—. No he hablado con ella recientemente… ¿está bien?

¿Lo estaba? Supuse que dependía de cómo se definiera “bien.” Zoe estaba encantada de estar aprendiendo el oficio Alquimista a tan temprana edad, pero siendo arrogante y fría hacia mis amigos… al igual que cualquier otra persona en nuestra organización. Eso, y que era una constante amenaza cernida como una sombra sobre mi vida amorosa.

—Está muy bien —le aseguré a mi mamá.

—Bueno —dijo, con alivio casi palpable—. Me alegro de que estés con ella. No sé cómo se va a tomar esto.

—Estoy segura de que entenderá a qué viene esto.

Era mentira, por supuesto, pero no había manera de que pudiera decirle a mi mamá la verdad: Zoe iba a pelear con ella, pateando y gritando, a cada paso del camino.

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